Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ring-ring. El despertador cae al suelo tras un golpe casi mortal.
Se despierta cuando el sol se acaba de acurrucar bajo la manta. Otro día más en esta semana que para ella sí que tiene los siete días. En las frías calles de Madrid tan solo se encuentra a los que son como ella y a un montón de jóvenes que empiezan su noche de fiesta. El metro casi está vacío, no deberían permitir que trabaje en días como éstos. Circular hasta Nuevos Ministerios y la línea 8 hasta el aeropuerto. Azafatas que cenan en la zona vip, vigilantes que ven a un montón de artistas por la tele, mostradores que se aburren por primera vez. Se pone el mismo uniforme azul de todos los días, carga ese carro pesado con la rueda torcida que hace que tenga que realizar el doble de esfuerzo y se dispone a empezar otro día de trabajo. Pasa una y un millón de veces por la misma zona para limpiar sobre limpio. Siete horas sin descanso y de nuevo la misma rutina de vuelta. En la línea ocho sólo hay casi una decena de personas. Una chica rubia con una mochila de aventurera, quizás de algún país del norte, que palmea y canta flamenco; dos vigilantes; tres chicas latinas cargadas de pulseras y joyas de oro falso y algunos más que no puede describir porque sus ojos terminan por cerrarse. Fin del primer trayecto. Línea 6. Un montón de muchacho que le impiden quedarse de nuevo traspuesta debido al escándalo. El metro está lleno de gente que vuelve a su casa para pasar el día en familia. Por fin en casa. Colchones por el suelo, habitaciones de 2x2 en las que hay cuatro personas, un montón de ropa colgada por todas partes.
Se sienta en su cama. Mira una foto con dos niños que reposa en la mesa de noche.
- Feliz Navidad, pequeños.
Se acuesta con la esperanza de que el año que viene haya dinero para cruzar el Atlántico y pasar la navidad en familia.
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Gente de camina de un lado para otro, personas que se ríen, parejas con niños ilusionados con el espíritu navideño, dos señoras que van de la mano, dos chicos jóvenes que también, publicidad en las calles, puestos de castañas que impregnan de aroma a la ciudad, cafeterías llenas, chocolate con churros. Triana se vuelve aún más bulliciosa en ésta época. Decorada en cada esquina con adornos y luces de todas las formas y colores. Vestidos para navidad, vestidos para noche vieja. Señoras que están desde primera hora en el mercado para apoderarse de las pocas ofertas en carnes, mariscos, pescados o verduras. Siempre el mismo gasto de todos los años para que luego sobre más de la mitad de la comida. Discusión con los padres y hermanos sobre que posición ocuparán en la mesa para no estar al lado de ese primo o tío pesado que siempre cuenta las mismas batallitas o que se emborracha demasiado y se pone más cariñoso de lo normal.
Y Ahí ella, la misma chica de siempre con aspecto de señora que pide unas monedas alegando que tiene hambre, que no tiene dinero para la guagua o que su madre está enferma terminal… Nadie se ha percatado de que probablemente pasará en esa misma calle el día de nochebuena, nochevieja, reyes y el resto del año.
Dos euros más y ya ha conseguido su dosis para, quizás, inyectarse ella misma el espíritu navideño en las mismísimas venas y no pensar así, que el mundo se viene abajo con tanto consumismo patético diseñado por las mismas marcas de siempre.
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Se confunde el negro de su piel y sus ojos con el oscuro de la noche. Una semana caminando y algunas más de viaje. Una y mil dunas infinitas que sube y que baja dejándose la fuerza que no posee en cada paso que da. Arena bajo sus pies, arena en sus zapatos, arena que se pega a la cara con el sudor, arena en las orejas, arena por todas partes, arena, arena, arena… El mismo desierto que un día hizo un sabio con el mismo aspecto que él pero con distinta suerte. Mira a cada instante el cielo buscando la estrella que guía el camino con la esperanza de que se vuelva a repetir esa historia que todos nos sabemos. Sus manos no tienen mirra pero sí un montón de comida que apenas le durará unos días. Por fin ve el mar por primera vez. Observa el infinito esperando ver esa tierra en la que dicen que hay un futuro mejor. El frío que traspasa su ropa y se cuela en sus huesos. El mar que le tapa hasta las rodillas, luego hasta la cintura y después casi hasta el cuello. Ya están amontonados en el cayuco.
Quizás hoy sea un buen día para llegar a la isla. Esperan que el radar esté de vacaciones navideñas, que los guardias civiles estén aprovechando el despiste general de la gente para organizar algún chanchullo o que les den la residencia como regalo de navidad.
Yo solo espero que esa esperanza no se ahogue en el fondo del océano.
2 comentarios:
hola, por casualidad he encontrado tu blog, y me gusta mucho. Es más tenemos los mismos gustos en literatura...cine...jejje.No sé, sólo quería dejarte un saludo.
Un saludo!
besos!
Me has dejado con el corazón en un puño, sobretodo al transportarme con tus letras a cada lugar.
Me encanta cuando pasa eso, es como si pintara las ideas.
Hasta hoy no he leido el comentario que me dejaste y me sorprende muchísimo.
Aunque esté ausente por días o no te deje comentario, tus letras me gustan, por lo que estaré leyendote.
Por cierto: Soy Inerzia, más conocida como Julifrisky :P
Un abrazo
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